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NOS NON HABEMUS REGEM

28 Noviembre 2016  04:36 PM

Tal cual se ha dicho en la lengua de occidente por siempre, en latín: tenemos un rey.

Y viene a ser de esas potestades que no son cosa que aparece un día porque sí; menos aún, de un suceso ocurrido en menos de un par de horas que ha durado su batalla más reciente.

31 años de experiencia invertidos, 11 temporadas en la Fórmula 1, en las cuales se dieron las 206 largadas que producen el pináculo de su historial, contando hasta hoy, en Abu Dabi.

Son puros datos duros que tienen que ser considerados por fuerza, para reverenciar a plenitud su reino, conquistado a pulso limpio.

Nico Rosberg pone la tranca a una campaña llena de azares que él ha sabido ir sorteando de uno en uno.

Su brillante corona queda labrada con 9 triunfos en la estación de 2016 –la más larga, de la que se tenga memoria, con un programa de carreras de esta Fórmula mágica– reuniendo en ella un precioso cúmulo de: nueve victorias, 8 pole positions; así como 6 vueltas más rápidas en competición. Y ha sido, mediante 1,147 laps girando a toda prisa, y de ellas 486, yendo como líder (el 40.07% de las 1,213 de que ha constado el presente torneo) para de esta suerte: convertirse en “su alteza”, que más triunfos reunió en un año y poder sentarse orondo en el trono.

Nunca antes otro piloto dilató tanto para llegar a la cúspide. Esos 206 Grandes Premios han arrojado su conclusión: es el mejor de hoy y punto.

De esta manera, se une al muy selecto coro con 33 campeones mundiales, contados desde 1950. Y así ha llegado al objetivo, para ser el segundo corredor miembro de una familia cuyo padre ya gozó también de las mieles de un logro de tal magnitud.

El año en curso venía cocinado magistralmente por Nico, ya que en noviembre de 2015 había conseguido ganar en México –delante de todos nosotros– una justa llena de significados. Lo repitió en Brasil y a las dos semanas posteriores, en el emirato abudaibita; no contento con ese rosario de tres cuentas: alargó su dominio a los GP de: Australia, Baréin, China y Rusia de 2016, que ganó implacable. Lo que hacía presentir que volaba, como si nada, a la gloria. No estaba solo en el torneo y ya se ha visto como no fue cosa de bordar y cantar. Había que echar la casta por delante. Y bien que lo hizo.

Su número de seguidores ha incrementando, en especial, en este suelo mexicano. Ni quien quiera olvidarse que acá, fue donde aprendió que el secreto de la alegría esta en esa poción llena con la más insólita quimera: Sí. “Canta y no llores”.

Humo blanco. Y háganse a un lado todos que, con dinero o sin dinero, aquí está el rey. Y viene cantando a la mexicana, como un ensueño que lo puede recordar bajo su sombrero negro de charro. A lo mero macho…

El anterior supremo ya no está ¡Qué viva el nuevo monarca mundial!